En el corazón del Tawantinsuyo, mucho antes de que se pronunciara en nuestras tierras la palabra “masonería”, ya vibraban los principios que hoy nos convocan a la reflexión moral, al trabajo constante y a la fraternidad activa. El hombre andino, hijo de la tierra y del sol, construyó su sociedad bajo un orden profundamente ético y solidario: el ayllu, célula viva de la organización comunitaria, donde cada individuo existía en función del todo, donde la reciprocidad era ley y el trabajo común, deber sagrado.
En el ayllu no había lugar para el egoísmo ni la ociosidad. Cada miembro aportaba según sus fuerzas, compartía según sus necesidades y vivía conforme a normas simples pero de profunda sabiduría: Ama sua, ama llulla, ama quella —no robes, no mientas, no seas ocioso—.
Estos tres pilares, que sintetizan la moral del Inca, guardan una sorprendente resonancia con la ética masónica. Ambos sistemas —el ancestral y el iniciático— convergen en el mismo ideal: la construcción del hombre justo, laborioso y veraz, capaz de elevarse moralmente mientras contribuye al bien común.
El Ayllu y la Logia: dos rostros de una misma hermandad
El ayllu era más que una comunidad agrícola; era un organismo espiritual donde cada individuo se sabía parte de una totalidad. Así también la Logia es un ayllu simbólico, donde los hermanos se reúnen no por conveniencia sino por propósito. En ella, el Aprendiz, el Compañero y el Maestro constituyen los estratos armónicos de una comunidad que se edifica a sí misma a través del trabajo, la instrucción y el ejemplo.
En el ayllu, los mayores transmitían la sabiduría; los jóvenes aprendían trabajando, y todos participaban en la minka o trabajo colectivo. En la Logia ocurre lo mismo: los Maestros instruyen, los Compañeros perfeccionan y los Aprendices ejecutan, en una minka espiritual que busca la perfección moral y la iluminación interior.
El símbolo de la escuadra y el compás encuentra su eco en el equilibrio andino entre el hombre, la naturaleza y el cosmos. El masón, como el hijo del ayllu, reconoce que su trabajo interior no tiene sentido sin el servicio a su comunidad; que la verdadera piedra pulida no es la que brilla en el templo, sino la que sostiene en silencio la arquitectura del bien común.
Ama sua: la probidad en el trabajo masónico
El primer precepto, Ama sua —no robes—, es un llamado a la integridad. En el mundo incaico, robar no sólo significaba tomar lo ajeno, sino también sustraer tiempo, energía o deber a la comunidad. En la Masonería, el robo simbólico ocurre cuando un hermano oculta la verdad, se apropia de méritos ajenos o traiciona los principios del Taller.
El masón honesto no roba luz, sino que la comparte; no roba trabajo, sino que lo multiplica; no roba confianza, sino que la edifica. En la pureza de sus acciones refleja la claridad del mandil blanco que lleva en el pecho.
Ama llulla: la verdad como piedra angular
El segundo mandato, Ama llulla —no mientas—, representa la sinceridad, virtud fundamental tanto en el ayllu como en la Logia. La mentira rompe la armonía del grupo, corrompe los lazos de confianza y destruye el edificio moral de la comunidad.
En Masonería, la verdad es la piedra angular sobre la cual se levanta todo el templo simbólico. El masón que miente se convierte en obrero infiel, incapaz de sostener el peso de la virtud. La palabra dada, el juramento y la discreción son formas de verdad activa. Así, la palabra del hermano debe ser tan firme como la piedra sobre la cual se asienta su compás.
Ama quella: el trabajo constante y el deber cumplido
El tercer precepto, Ama quella —no seas ocioso—, no se refiere sólo al trabajo físico, sino al esfuerzo espiritual. El hombre ocioso, en el mundo incaico, era aquel que no contribuía al crecimiento del ayllu, aquel que no servía ni al prójimo ni al cosmos.
En la Logia, la ociosidad espiritual es el mayor de los pecados: es permanecer indiferente ante la ignorancia, la injusticia o el dolor ajeno. Cada hermano debe ser un obrero activo en la construcción del Templo de la Humanidad. El trabajo masónico no se reduce a las tenidas; continúa en la vida profana, en el ejemplo cotidiano, en la rectitud silenciosa del deber cumplido.
La ética como puente entre el pasado y el presente
El ayllu nos enseña la reciprocidad (ayni), el equilibrio (suma qamaña) y el respeto al orden natural. La Masonería, con su lenguaje simbólico, nos invita a reconstruir ese orden en el alma humana. Ambas tradiciones —la andina y la masónica— se funden en un mismo ideal de perfeccionamiento.
El masón que interioriza los preceptos del Ama sua, ama llulla, ama quella se convierte en heredero de una doble sabiduría: la ancestral y la iniciática. No basta con conocer los símbolos si no se encarnan en la conducta diaria. Así como el Inca vigilaba que su pueblo trabajara con justicia y alegría, el Maestro debe velar porque su Logia viva en armonía, verdad y labor.
Conclusión
El ayllu y la Logia son expresiones de una misma aspiración: la comunión fraterna basada en la ética y el trabajo. Ambos nos enseñan que el hombre se ennoblece cuando trabaja no sólo por sí, sino por todos.
El Ama sua, ama llulla, ama quella no es un eco del pasado, sino un código vivo que debe resonar en cada piedra que pulimos, en cada palabra que pronunciamos y en cada acción que nos define como masones.
Quien comprende que la Masonería es un ayllu espiritual donde todos somos obreros del mismo templo, habrá hallado el secreto de la fraternidad universal: servir con pureza, hablar con verdad y trabajar con amor.
V:. A:. H:.
R:. H:. Víctor Hugo Valdez Vasquez
A:. B:. R:. L:. S:. Perfecto Ashlar No 84
Lima - Perú

